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Se trata de una iniciativa sin precedentes en nuestro país. Nació del encuentro de un sacerdote y un empresario con el propósito de alimentar a millones de argentinos durante la cuarentena. A ellos se unieron grandes empresas, representantes de distintas religiones y también personas que se dejaron conmover por las necesidades de otros.

Seamos Uno es una iniciativa plural que distribuye 1 millón de raciones alimenticias por día.

Por María Eugenia Sidoti. Fotos: Gentileza Seamos Uno | Urban

Cuando estudiaba periodismo en la facultad nadie me enseñó cuántas líneas podían ocupar el dolor o el amor, ni si convenía que fueran protagonistas del texto principal o se convirtieran, apenas, en un epígrafe o un recuadro. ¿Quién podría explicarnos qué lugar ocupan las emociones o dónde ponerlas? Parece mentira pensarlo pero, de igual modo, a veces el amor cabe adentro de una caja de cartón. Y aparece de pronto, allí donde una familia la abre sin poder disimular el alivio de saber que, esa semana, habrá comida para llevar a la mesa. O cuando ese nene que saca de ella una lata, grita: “¡Mamá, voy a volver a comer duraznos!”. O cuando el hombre que permanece de pie en la puerta de su casilla murmura al recibirla: “No se olvidaron de nosotros…”, con agradecimiento, con asombro, pero también con un dejo de pena: antes de la cuarentena no tenía que pedir para comer.

Cada caja tiene un propósito y una historia.

Alguien la hizo pensando en alguien. Y ese alguien la recibió en uno de los momentos más difíciles de su vida para comprobar que los milagros también pueden llegar al barrio en un camión. En ese encuentro, las manos que dan y las que reciben se estrechan virtualmente en tiempos de distancia social y personas de geografías y situaciones de vida muy distintas se convierten en una sola. “Yo solo puedo darles las gracias”, dice la voz entrecortada que aparece debajo del barbijo de una mujer que, en uno de los barrios más pobres del AMBA,  sostiene la caja junto a sus hijos.

Es que ser uno con el otro es, antes que nada, comprobar que no estamos solos. Es franquear los límites, las diferencias, las distancias.

Justamente de la unión de dos personas de universos muy distintos nació Seamos Uno, la iniciativa que hoy conmueve al país. Ocurrió en marzo, por WhatsApp, cuando el sacerdote jesuita Rodrigo Zarazaga (que además es doctor en Ciencias Políticas y licenciado en Filosofía y Teología), le escribió al empresario Gastón Remy (quien lideró grandes compañías y fue presidente de IDEA) y lo increpó por chat: “Los empresarios de este país tienen que involucrarse de una vez por todas con la dura realidad de la desigualdad y la pobreza”, le escribió, sin anestesia. Gastón le respondió que estaba de acuerdo con él, pero que no tenía idea cómo lograr eso. Rodrigo, como siempre, fue al grano: “Acá lo que necesitamos es morfi y logística para repartir”.

Así fue que decidieron unir caminos o, mejor dicho, hacerse carne en el mismo propósito: dar de comer.

La gesta se puso en marcha tres días antes de que se dictara el DNU de la cuarentena obligatoria y a los pocos días ya habían repartido las primeras cajas. Ese espíritu enseguida se replicó en cientos y cientos de voluntades dispuestas a ayudar, que hoy suman más de 450 personas trabajando ad honorem para que Seamos Uno logre su ambicioso plan de alimentar a millones de argentinos. Para el momento en el que transcurre esta charla con Rodrigo y Gastón, el número ya es histórico: con 20 millones de raciones de comida repartidos (350 mil cajas que llegaron a 350 mil familias, lo que equivale a 1 millón de raciones diarias), se trata de una de las iniciativas más importantes en la historia de nuestro país. “Es como darle de comer en un día a la mitad de la Argentina”, reflexiona Rodrigo.

El contenido de cada caja alcanza para que una familia completa se alimente durante siete días. 
“El 40% de nuestras cajas va a gente que nunca tuvo que pedir ayuda”, comparte Rodrigo Zarazaga.

Si Rodrigo plantó la semilla, Gastón fue el responsable de regarla y ayudarla a florecer, amplificando el mensaje y llevándolo hasta sus pares: conocía personalmente a los grandes empresarios de la Argentina y no tuvo vergüenza en llamarlos para pedirles plata. Así logró, a puro tesón, que más de 100 empresas líderes le dijeran que sí. Luego se fueron sumando también personas particulares, preocupadas por esas imágenes que les llegaban todos los días a través de los medios de comunicación: gente que, además de temerle a un virus, sentía un dolor palpable, ese que produce el hambre.

En las villas yo palpaba el temor a la enfermedad, mientras que el hambre era una realidad. Con Gastón visitábamos el conurbano y veíamos grandes salones preparados con camas para enfermos de coronavirus que hoy siguen vacías. Lo que no había por ningún lado era comida y ya habíamos tenido la experiencia de 2001, cuando no supimos contener la sitacuión para no llegar al abismo”, relata Rodrigo. Su trabajo en villas y asentamientos del conurbano le permitió ver de cerca la ruptura del tejido social que acarreó aquella trágica crisis, algo que todavía hoy le duele.

Compartir el pan a gran escala

Primero nos planteamos algunos principios básicos: que no fuera solo para un comedor o un barrio puntual, sino para una gran cantidad de gente, y que tuviera mucha eficiencia, que los empresarios aportáramos procesos, tecnología, planificación. Que fuera transparente era también fundamental, porque teníamos que salir a buscar un montón de plata. En la Argentina hay poca credibilidad, a todos nos pasa, nadie cree en nada y dudamos siempre si lo que damos realmente va a llegar, si se va a usar políticamente, cuánto va a quedar en el camino… Otro factor importante fue el espíritu de pluralidad, de colaboración y de articulación que nos llevó a abrir los brazos para recibirlos a todos”, repasa Gastón a la hora de describir por qué Seamos Uno logró unir un país tantas veces dividido.

Es que de la mano de Rodrigo, que es jesuita, se sumaron representantes evangélicos, judíos, cristianos. Y lo mismo los medios de comunicación: juntos, sin grietas, haciendo su aporte sin mirar con resquemor a los demás participantes del proyecto, por más que estuvieran en las antípodas de su ideología. “Por eso nos gusta decir que esto es antigrieta: las comunidades religiosas, los medios y las empresas dejaron de lado las diferencias para alinearse tras un objetivo común”, se enorgullece de eso Gastón.

En el proyecto trabajan más de 450 voluntarios, sin otro incentivo que ayudar a quienes tienen hambre.
El gran triunfo de este proyecto es haber logrado eficiencia con empatía y corazón”, celebra Gastón.

Para comprender mejor el alcance de la iniciativa, hay otra palabra importante: territorialidad. Eso significa que hay alguien que recibe, porque hay alguien que llega hasta ahí con una sonrisa para entregar cada caja. “Por un lado está la eficiencia del proceso, pero por el otro están los que entregan las cajas con mucha sensibilidad. Como decimos nosotros, el gran triunfo de este proyecto es haber logrado eficiencia con empatía y corazón. Esa es la síntesis que lo hizo especial”, coinciden los dos.

San Ignacio decía que el amor se demuestra más en obras que en palabras. Y esto es un testimonio de eso. Cuando llevás las cajas, la gente te agradece no solo porque va a poder comer. La frase que más se repite es ‘Gracias porque no se olvidaron de nosotros’. Muchos sienten que los encerraron, que no pueden salir a trabajar ni hacer una changa. Pero los conmueve que alguien haya pensado en ellos”, señala Rodrigo y se ríe al recordar que también hubo veces en las que el corazón era tan grande, que las calles de los barrios quedaron chiquitas: “Al principio había lugares en los que el camión de Andreani no podía doblar porque eran demasiado angostas; o el acoplado se nos enganchaba con los cables del alumbrado, que en las villas están más bajos. Así, miles de anécdotas…”.

Integrar, integrarse

El choque de dos mundos tiene esas cosas: hay que aprender del otro y dejarse transformar. “El encuentro de esos dos mundos siempre termina conviertiendo los corazones –diceRodrigo, aunque reconoce que no siempre es fácil–. En muchos lugares, para entrar a un pasillo tenés que pedirles permiso a los narcos, que son el factor social adentro de los barrios. Ahora nosotros tenemos que aprovechar que tenemos un pie ahí para crear oportunidades y ofrecerle a los jóvenes educación, salud y valores”.

El logro es inédito: empresarios, iglesias cristianas y evangélicas, AMIA, ONGs, Banco de Alimentos, ACNUR; ¿quién no querría sumarse? “Tampoco nos posicionamos como alternativa al Estado ni como oposición, porque lo que contiene la caja vino definido por los gobiernos de Axel Kicilliof y de Horacio Rodriguez Larreta y ellos también nos marcaron los lugares de mayor necesidad. La articulación pública y privada en este caso funcionó”, cuenta Gastón, señalando los lugares “calientes” del hambre. Las zonas con más necesidad son el Segundo Cordón de La Matanza y el Segundo Cordón del Conurbano sur: Quilmes, Avellaneda, Lomas de Zamora, pero también Merlo, Moreno y las villas porteñas. Están marcadas con puntos rojos en un mapa que los dos analizan diariamente. El ejemplo vale para demostrar que, cuando hay ideas, valores y unas ganas tremendas de ayudar, la integración siempre puede lograrse.

¿Lo más doloroso? Ver la cara del que siempre vivió de su trabajo y ahora tiene que pedir comida por primera vez. Uno sabe que lo hace por sus hijos, pero se nota que le duele, que le da verüenza. El 40% de nuestras cajas va a gente que no recibe ayuda estatal y nunca fue a ningún comedor; es gente que nos sabe de qué se trata no tener para comer ni tienen a quién pedirle ayuda, porque siempre trabajó”, relata Rodrigo.

Quienes reciben la caja agradecen el alimento pero fundamentalmente que haya gente pensando en ayudarlos a salir de la crisis.

Para quienes temen que el asistencialismo sea peor remedio que la enfermedad, el sacerdote tiene un mensaje tranquilizador: “Estoy de acuerdo con que en Argentina la deuda pendiente es volver a enganchar a la gente en la cadena de valores del sistema productivo. Nuestra idea no es hacer esto para siempre, sino responder ahora que estamos en la crisis de la crisis. Hay gente que quiere ir a trabajar y no puede; otros perdieron su fuente laboral. La prioridad es contener eso, para que no se caigan del sistema. Yo quiero un país que no tenga que dar comida, sino trabajo, pero siento que es cruel no escuchar la necesidad alimentaria que existe hoy”.

En pos de garantizar que la caja llegue adonde alguien la espera, crearon además una aplicación que les indica con nombre y DNI quiénes, cuándo y cómo la reciben. “La gente agarra la caja y se sorprende por el peso que tiene, contiene muchas cosas. Y al no ser una bolsa se siente como un regalo, tiene dignidad”, coinciden.

¿De qué manera la experiencia transformó la vida de cada uno de ellos?

Dice Gastón: “En marzo decidí tomarme un año sabático después de muchos años liderando organizaciones y justo en ese momento me convocó Rodrigo. Ahora, cuando me acuesto a la noche, me siento bien. La intensidad de este proyecto es enorme, casi obsesiva, pero la recompensa también es enorme. Para mí lo novedoso es liderar un proyecto donde la gente se sube porque quiere, acá no hay incentivo económico, el único incentivo es hacer el bien. Cuando eso se da ya no hay excusas, pasan cosas increíbles. En lo personal, tomé la decisión de cambiar porque creo que los liderazgos tienen que moverse hacia la responsabilidad colectiva y dejar de lado la dimensión individual. Los empresarios tenemos una responsabilidad gigantesca con este país. No hay prosperidad ni desarrollo posible que no contemple a todos”.

Dice Rodrigo: Uno sabe que está en esto, pero no sabe muy bien por qué (se ríe). Yo creo que todo fue por mi experiencia en 2001: estaba en una capilla en Villa Mitre, San Miguel, cuando hubo saqueos y se llevaron todo lo recaudado por Cáritas. Me tocó verlo pasar con mucha impotencia. Fui testigo de la necesidad de la gente y también de la destrucción del tejido y del capital social. En esta pandemia la situación me pedía hacer algo, no quería vivir esto desde el balcón, no podía hacerlo. Creo que cuando todo pase vamos a ser juzgados por lo que hicimos en este momento. Si me preguntás, lo más transformador que tuvo para mí esta experiencia es poder creer en las personas”.

Y digo yo: cómo no dejarse arrasar por ese viento transformador y creer también, junto a ellos, que si todos ponemos amor, en la proporción que sea (para que entre en una caja de cartón, en una nota periodística, en nuestros actos cotidianos), seremos por fin los protagonistas del cambio de la mano de una antigua y revolucionaria verdad, de ese llamado del alma que nos dice, insistente, que no hay salida posible si perdemos de vista que siempre somos uno con el otro.

Sumate en www.seamosuno.com.ar

“YA NO SEREMOS LOS MISMOS”

Por Silvia Bulla, presidente Du Pont

El sábado 21 de marzo, cuando todos estábamos tratando de entender nuestra nueva realidad, me llamó Gastón Remy y me contó del proyecto. “Instituciones empresarias, religiosas y el Banco de Alimentos se están uniendo para responder a una necesidad que va a venir junto con la cuarentena: alimentar a las personas que no podrán salir de su casa a ganar su sustento. El objetivo es armar un millón de cajas para cubrir las necesidades de una familia de cuatro personas por una semana, con productos que fueron consensuados por los gobiernos de provincia y de Capital”.
Me preguntó si quería sumarme y tardé apenas 15 segundos decir que sí. Más que nada porque tengo toda la confianza en Gastón, Rodrigo y en todas la personas que me iba nombrando. Me sumé al equipo de compras representando a Dupont, ACDE, AmCham e Idea. Me encontré con CEOs de empresas, profesionales de compras, compliance y procesos. Nos reunimos desde entonces, primero diariamente, y luego dos veces por semana para realizar las compras de los productos y gestionar las donaciones.
Todos estamos poniendo nuestro tiempo y otros recursos para alivianar la carga de nuestros conciudadanos que en este momento necesitan ayuda. Entre todos, con una excelente gestión transparencia y corazón, estamos logrando lo que parecía un sueño hace apenas unas semanas. Nos siguen faltando más donaciones, pero confiamos en el proyecto, en la generosidad y la providencia para poder cumplir con el millón de cajas a las que nos comprometimos cuando esta película todavía no había comenzado.
La cuarentena pasará, aparecerá una vacuna y miraremos este capítulo desde el futuro. Ya no seremos los mismos. Sabremos que en momentos difíciles pudimos unirnos y lograr lo que parecía imposible. Dios quiera que este aprendizaje perdure y soñemos una Argentina más justa, donde “Seamos Uno” sea un puntapié no solo en los objetivos a alcanzar, sino también en cómo juntos podemos lograrlo.